lunes, 14 de diciembre de 2009

La primera frase de cinco libros

(El clan del oso cavernario, Jean M. Auel)
La niña desnuda salió corriendo del cobertizo de cuero hacia la playa rocosa en el recodo del riachuelo.

(Los armarios negros, Joan Manuel Gisbert)
En aquella parte privilegiada y casi secreta de la ciudad las calles eran silenciosas, profundas y solitarias.

(El okupa, Juan Noriega)
Asier avanzaba lento, arrastrando los pies en aquel anochecer de niebla y aguanieve.

(El misterio Velázquez, Eliacer Cansino)
Ahora, cuando miro la cruz del pergamino que tengo guardado en la gaveta de mi escritorio, pienso que no he podido vivir esta aventura extraña y misteriosa.

(El último catón, Matilde Asensi)
Las cosas hermosas, las obras de arte, los objetos sagrados, sufren, como nosotros, los efectos imparables del paso del tiempo.

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